Un político, dando un discurso, tiene 120 segundos para convencer a la multitud de que vote por él. Haciendo cálculos rápidos basados en sus vítores y burlas, se aleja de trabajos prometedores (que resultarán en dinero y felicidad, pero que requieren trabajo) a promesas de bajar los impuestos, enviar a los pobres a campos de trabajo y recaudar dinero para el ejército. Su plataforma final: "¿Quieres ser rico ahora? Vota por mí". La multitud se vuelve loca.