Aunque la ciencia convencional ha considerado desde hace mucho tiempo que es científicamente imposible, generaciones de inventores, que se remontan a la Edad Media, han estado fascinadas con la promesa de un motor que se impulsa a sí mismo. La dependencia del planeta de la disminución de los recursos de combustibles fósiles y los problemas asociados de contaminación han servido para estimularlos hasta el día de hoy.