Paul Gauguin se siente sofocado por el ambiente que reinaba en París en el año 1891. A su alrededor, todo es tan artificial y convencional: necesita autenticidad para renovar su arte. Al no poder convencer a su esposa Mette y a sus cinco hijos de que lo sigan al Paraíso Perdido, se dirige solo a Tahití. Una vez allí, elige establecerse en Mataiera, un pueblo alejado de Papeete, instalándose en una choza de fabricación nativa. Pronto comienza a trabajar con pasión, pintando y tallando en un estilo cercano al arte primitivo propio de la isla. Durante su estadía de dos años el artista vivirá pobreza, problemas cardíacos y otros disgustos pero también felicidad en los brazos de Tehura, una hermosa joven nativa.