Amigos de diferentes generaciones, que ejercen diferentes profesiones, pasan juntos sus vacaciones de verano a la orilla del mar cada año. Hace sol; se ven despreocupados y felices. Se conocen muy bien, están acostumbrados. Hasta tal punto, ese aburrimiento se vuelve inevitable. Es el aburrimiento lo que los incita a jugar un juego peligroso. El final es dramático: un niño muere. Es el momento de trazar la línea de fondo. La pregunta es: ¿No es peor la muerte del espíritu que la del cuerpo?