En el verano de 2006, a la edad de 28 años, fui reclutado repentinamente como soldado de reserva en la Segunda Guerra Libanesa. Instintivamente, agarré mi cámara de video y enrede un cordón de zapato, asegurándolo alrededor de mi cuello junto a mi rifle. Me dije a mí mismo que esta cámara será una herramienta con la que mediar entre mí y la realidad a la que fui arrojado: la realidad de la guerra. Formaba parte de un regimiento de artillería. Con el paso de los días comprendí que esta guerra no es como estaba planeada. Órdenes mixtas, cada vez más soldados muertos; lío y desorden llegaron a ser las palabras que describen esta guerra. Y mientras esta guerra evolucionó, trayendo más caos y destrucción, seguí usando mi cámara y disparando. Grabo los rostros de los soldados, agotados y abrumados. Escuché el deseo del soldado de contar su historia, de hablar sobre lo que han visto. Los sentimientos eran de una guerra sin sentido y un fracaso fuerte y claro. Meses después de que termina la guerra, me vi obligado a encontrar a las personas que sirvieron conmigo. ...