La última ópera de Richard Wagner ha sido controvertida desde su primera representación por su combinación única y, para algunos, desagradable de temas e imágenes religiosas y eróticas. Basado en uno de los romances épicos medievales del rey Arturo y la búsqueda del santo grial (el cáliz tocado por los labios de Cristo en la última cena), relata durante tres largos actos cómo un "niño salvaje" invade sin saberlo los recintos sagrados del grial, cumpliendo una profecía de que solo él puede salvar a los protectores del grial de una maldición que les sobreviene. Los intérpretes de la obra han encontrado de todo, desde revelaciones místicas hasta propaganda protofascista. La producción de Hans-Jurgen Syberberg no evita ninguno de los dos aspectos, sino que intenta sintetizarlos buscando sus raíces en el alma dividida del propio Wagner. La acción se desarrolla en un paisaje escarpado que resulta ser una gigantesca ampliación de la máscara mortuoria del compositor, entre dispositivos teatrales deliberadamente cutres: títeres, maquetas, ...