Richard Brock nunca será el alma de la fiesta, la última vez que se rió probablemente fue hace 15 años, pero lo que le falta en habilidades sociales lo compensa con profesionalismo y reflexión: quiere que se abra cada puerta, incluso si él y el asesino quedan atrapados en un duelo de intelectos afilados como navajas.
Como psicólogo de la policía, Brock debe pisar muchos callos para llegar al fondo de las cosas. Y no ve con buenos ojos los juicios preconcebidos y los motivos que encajan demasiado bien. Es precisamente su manera sombría la que vuelve locos a sus colegas, incluida su hija, una joven policía que trabaja siguiendo las reglas y desearía que su padre hiciera lo mismo.
La relación más cercana de Brock es con el posadero donde se hospeda, un joven inquebrantable intrigado por el funcionamiento interno de la mente del psicólogo, y que siempre está listo para prepararle una tortilla. Completando el elenco está Anni, la mujer de buen corazón que limpia, cocina y vigila atentamente a Brock.
En algún lugar de Viena hoy se está cometiendo un asesinato; en algún momento mañana, Richard Brock estará tratando de entender al asesino.