En París, el 14 de mayo de 1610, a las 14:15 horas, el rey Enrique IV es asesinado por un católico fanático llamado Ravaillac, una mente frágil influenciada por los sermones violentos que se escuchan en ese momento. Ese día, Enrique IV solo podía pensar en una cosa: encontrar a la mujer que amaba y tratar de evitar que se fuera. Presionado por todos lados para resolver los asuntos más urgentes del reino de Francia, escapó en París en un carruaje, sin escolta, sin tener en cuenta el peligro que acechaba en cada esquina. Su muerte, instigada por radicales religiosos para incitar al odio, apaciguará, contra todo pronóstico, las disputas que existían entre católicos y protestantes.