Teddy, el osito de peluche, se da cuenta sólo después de bromear, despotricar y amenazar con contener la respiración que los niños lo han dejado, como un muñeco de trapo en la papelera de los vecinos, para ser reemplazado por juegos electrónicos. Apenas escapando del basurero, los juguetes buscan desesperadamente nuevos hogares y dueños, un viaje a lo largo de perros callejeros y humanos.