En su lecho de muerte en la década de 1820, el rey Fernando I de Nápoles intenta escapar de los fantasmas de su realeza sangrienta recordando sus días de juventud, cuando se le permitía ir a cazar y divertirse, e inventar juegos de amor. Luego se vio obligado a casarse con Mary Caroline de Austria, hija de la emperatriz Mary Theresa, en un matrimonio político: inesperadamente, se convirtieron en felices amantes, hasta que los juegos de poder de la corte los dividieron y llegó una temporada histórica diferente.